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jueves, 2 de julio de 2020
Amanecí salivando
Amanecí
salivando. Por alguna causa extraña, no dejaba de segregar la saliva con
profusión. El fenómeno fue causado por un bienestar fuera de tono y por demás
vergonzoso, pero qué se le va a hacer. Según me cuenta mi cuerpo —ese último
bastión de cordura—, todavía quedan muchas cosas apetecibles, agradables a las
cuales se le puede hincar el diente o rozar con la piel a pesar de las dificultades, de la escasez, de
lo confiscado, sigue latiendo, escondido en la oscuridad de mi pesimismo, un
arsenal de placeres, honores y querencias que las malas noticias,
afortunadamente, no logran matar. Así que aquí estoy, con el pañuelo ya en
mano, como lobo al acecho, apartando los matorrales del lamento para llegar a eso
divino que siempre hay, a lo que siempre habrá.
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