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jueves, 10 de enero de 2019

Imbécil sabelotodo

Estudiaba las filosofías universales y sus aportes a la humanidad, mientras ignoraba al vecino. Trataba de averiguar la relación entre el big bang y el estado actual del universo, mientras mi hijo intentaba infructuosamente jugar al caballito conmigo. Escudriñaba en los vericuetos interesantísimos de la globalización y sus implicaciones, mientras mi mujer me reclamaba una caricia. Seguía yo absorto entre mis libros e internet, interesadísimo en la composición del suelo y los hallazgos de los geólogos, mientras mi madre intentaba comunicarse conmigo por teléfono de nuevo… hoy también. Y así seguí, con mi vida escindida de la realidad real, de lo que huele, de lo que toca, de lo que mira, de lo que ama, sobrealimentando mi tan cacareado intelecto, esa magnífica herramienta que mi ego se dispuso a convertir en infalible. Así fue que me fui apartando del olor de la piel, del calor de la cercanía, del intercambio afectivo negado a mis seres más queridos, buscando vida en Marte mientras perdía mi vida en el escritorio; buscando el origen de las estrellas, mientras me quedaba solo y viejo para admirar su belleza. La versión pulida de un tonto. Un idiota de mente dilatada y espíritu ausente. Un imbécil que se dio cuenta de la oscuridad solo cuando fue tarde.

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