Malena ama al
capitancito. No es la gran cosota, pero es su noviecito. Le ilusiona el
Proceso, y en medio de esto, también el dinerito. Pero todavía es pronto para
aspirar tanto: hay que esperar y plegarse a lo que hay. Tan lindo. Con su cortaúñas
y su pañuelito viene y la visita, le promete días mejores y un futuro bonito. Malena
está bien encaminada, con paciencia y con su destino bien claro, porque es que
le han dicho que la milicia da, que la posición proveerá, si no ahorita, algún
día será. En su barrio querido a juro escuchaba cuentos de esposas de
generales, de acciones de clubes, de viajes, del cortejo; de cenas y apartamentos
con pixina. Por eso, Malena lo alienta y le explica cada día por qué es que él
debe llegar arriba, en este Proceso o
en cualquier otro, no importa; lo que importa es que siga… que siga. Y mientras
el capitancito se mantiene fuerte, inamovible en su encomiable encomienda, todo
se cae a pedazos aquí y allá. Solo se mantienen las promesas de su niñez, las del
mandatario y las de Malena —si no es que es lo mismo—. Mientras Malena ve
clarito el carrote que llega a buscarla para llevarla a la reunión de su futuro
marido con personeros importantes, con gente de poder, el capitancito pare por
transporte para llegar al cuartel, a casa de sus viejos, al bar de los amigos;
bota tiempo en colas para comer y acoge su enfermedad sin remedio. Ya compró
cinco dólares que guarda por si las
moscas. Pero Malena le ha dicho que no importa, que palante, que no suelte
el puestecito, esa oportunidad inigualable de acceder al bienestar, a esa
prosperidad de película. El capitancito, siempre cumplido, puntual al llamado,
la verdad es que ya se está cansando de ahorrar en un banco fantasma, de poner
todas las ñemas en la misma cesta, de apostar el sueldo en un juego de gorditos
que mienten, que fingen empatía, que se van, rollizos y divertidos, con su
futuro en sus bolsillos. El capitancito ya no quiere seguir en este juego que
se convirtió en burla destapada y continuada. La elocuencia de su delgadez y su
cansancio no le deja lugar para más dudas sobre el quehacer. Es más, ahora
mismo se dirige —a pie, claro— al centro de la Ciudad, a esa pensión de San
Juan, por Capuchinos, a decirle ahora mismo a Malena que está harto, que no va
pal baile, se vaya a la mierda.
Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
jueves, 9 de agosto de 2018
viernes, 3 de agosto de 2018
Bájate del autobús!
Si usted necesita ir a un sitio específico y debe
tomar un autobús, usted no toma cualquier autobús; usted toma el autobús que va
a ese sitio. Una vez que comienza el viaje, usted se limita a ver por la
ventana, a leer, a dormir: cualquier cosa mientras confía que ese aparato lo
llevará donde dijo que le llevaría. Pero ¿qué pasaría si usted nota que el
autobús comienza a desviarse, que agarra por un camino distinto al previsto? Usted
pregunta de nuevo al chofer, ¿verdad? Si el chofer le confirma que va al
destino original, usted se queda tranquilo de nuevo y comienza a leer de nuevo,
pero levanta la vista de vez en cuando para saber si ese camino lo está
acercando a su destino. Si usted nota que el autobús, en lugar de acercarse “a
su destino suyo de usted”, definitivamente se aleja, usted reclama y se baja,
¿verdad? …no estamos para perder tiempo. Entonces usted, defraudado, en un
sitio desconocido, busca ubicarse para tomar otro autobús que lo lleve donde
quería ir en primer lugar.
¿No está usted de acuerdo en que es una locura seguir
montado en un autobús desviado de su ruta esperando a que algún día llegue al
destino ofrecido? ¡Bájate de ese autobús!
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