¿Y si al final del
camino el adversario siempre lo hemos llevado dentro? ¿Y si a la conclusión del
paseo el enemigo a muerte se esconde, muy convenientemente, en nuestro pellejo?
Tal vez esa lucha encarnizada, esa construcción apasionada y definitiva que
esgrimimos a diario es solo la antesala de lo que podría ser, en nuestros
sueños, nuestra propia dictadura.
Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
martes, 19 de junio de 2018
domingo, 17 de junio de 2018
Fin de la función ¡Comienza la función!
Como en una película
vieja, pero que aún no termina, miro hacia atrás y ya no es lo mismo. En la
medida en que mi memoria logra unir los trozos de acontecimientos y emociones, van
apareciendo los planteamientos y las conclusiones logradas en cada
circunstancia. Determinaciones con la convicción que merecía la ocasión, por
supuesto. Es una sensación agridulce que va rociando el presente y me tuerce el
brazo amorosamente para que comience a comprender, luego de tanto caminar, de
qué se trata todo esto. Una voz creciente en mi hombro exige suave, pero
firmemente, que replantee la perspectiva para resto del camino, para el
atardecer de este paseo. Entonces me siento a media luz y comienzo a detallar
cada escalón de mi existencia, sin saber si subía o bajaba; cada decisión, cada
ligereza, cada compromiso, cada ilusión, cada frustración. Y mientras voy
avanzando en el inventario de mis episodios se desvela la fragilidad de esa
construcción ya vieja, ya anacrónica e inservible que pide ser revisada y replanteada.
Ese fantasma con mi cara que todavía me define, y que de alguna manera me
sostiene, me susurra desde su escondite que ya es tiempo, que se acabó la
función apasionada, que ya no aguanta más el ritmo. Noches despiertas pensando
en los años dormidos. Trapitos sucios. Dolor. Reconocimiento. Algo de luz por
fin. Un buen día me levanté con disposición a dejar el lastre donde
corresponde, a caminar con menos estorbos en mi camino… un nuevo camino. No sé
qué pasó. No sé de dónde salió esa nueva voz ni cómo comenzaron a caer los
escombros de la tristeza y la frustración que anidaban en mi cabeza y enmudecían
mi corazón. De buenas a primeras miré hacia atrás de nuevo y solo vi la esencia
aprisionada que cobraba volumen, ya libre de ataduras, de los prejuicios ya
vencidos. Ya no hay ruido, ya no hay urgencias, ya no están los pensamientos
superfluos que me llevaban a perseguirme la cola interminablemente. Es un nuevo
panorama, uno espacioso, calmado, lleno de gozo. Ya vengo… voy a caminar.
miércoles, 13 de junio de 2018
Siempre estuviste allí
Estuviste allí todo el
tiempo. Allí, acá, acullá… pero siempre. Nunca te vi. Tal vez escuché tu
nombre, pero no hubo diferencia. Siempre anduviste en varios sitios, como para
que yo te notara, pero mi atención apuntó siempre en otra dirección, a otros
temas, a otras pasiones. Mientras transcurrían los años, todo fue cambiando: a
veces por las buenas, a veces por las necesarias. Aun así, no nos acercamos
mientras viviste. Definitivamente, la vida tiene tantos estadios que es posible
no encontrarse en medio de esa inmensidad, la cual comienza en nuestra cabeza, pasa
por nuestro corazón y, para completar, termina en nuestro planeta. Así, pues,
cumpliste tu ciclo de vida en estos lares y te fuiste. Te fuiste afirmando
estar en paz, agradecido, “preparado”; eso me agradó mucho cuando lo supe. En fin,
me perdí verte en vivo o en directo, y cuando supe de tu partida, de tu fama
generalizada, por mera curiosidad te leí y te escuché. Revisé tu legado y quedé
prendado de tus ideas, de tus percepciones y de los retruques que les dabas a
todo lo que habías experimentado con alegría, con tristeza, con pérdida, para
ser ahora una referencia inevitable al momento de la reflexión. Ahora, pues,
con algún tipo de guayabo, con un cariño platónico muy particular, busco
cualquier papelito en el que pudiste escribir algún garabato; registro las
redes a ver qué dejaste; escucho de nuevo tu mensaje de paz, de alegría, de
comunidad, de esa utopía que describías pero que podría ser la solución a esta
realidad desechable que vivimos entre los seres humanos y que desencadena la
perdición anestesiada que avanza, que gana terreno casi imperceptiblemente. En fin,
chico, te agradezco tu existencia y lo que pueda producir en mi vida, en
nuestras vidas. Espero, ahora sí, encontrarme contigo “personalmente” para
agradecerte y tomarnos un café, si es que hay café por allá.
viernes, 1 de junio de 2018
Cayó el tirano
Cayó el tirano, llega la República,
la libertad… ¡Viva la República! Cayó el tirano, llega la Democracia, la
libertad… ¡Viva la Democracia! Cayó el tirano, llega el Socialismo, la libertad…
¡Viva el Socialismo! Cayó el tirano, llega la libertad… Y así con los zares, con
las guerras civiles después de la independencia, con cada reparto vergonzoso de
las riquezas después de abalanzarse nuestros dignos representantes sobre ellas.
Es como
necia la repetición, casi fotográfica y nos vemos imbuidos en el fervor del
momento, de nuestro tiempo, de nuestra causa colectiva y hasta en nuestra razón
para vivir. La lucha por la “libertad” se torna incierta y turbia a la vez,
quizás porque no podemos definir qué tipo de libertad, para quiénes, para cuándo.
Los regímenes pasan en un desfile manchado de sangre, de hambre, de indignidad,
de dolor, mientras pasamos por alto los patrones que se repiten una y
otra vez y nos volvemos a montar en ese tren de la pasión.
Dando un
paso atrás para ver mejor, se me ocurre que tal vez el enemigo no está allá
afuera, como lo preferimos ver. Tal vez el adversario no vive en el rancho ni
en la mansión, como elegimos pensarlo hace tiempo. Tal vez el opositor a
nuestros genuinos deseos de una vida mejor no se esconde en un edificio, un
yate o en el barrio marginal. Tal vez estamos enfrascados, por nuestras contradicciones, en una lucha perdida
a priori. Tal vez nunca desaparecerán las escaramuzas que vemos de cuando en
cuando y sigamos viendo este macabro desfile de emociones por el resto de
nuestras vidas. Tal vez, y como perros tratándose de morder la cola, solo hemos
estado luchando contra nuestra propia naturaleza, contra la misma “naturaleza
humana” que nos define.
Tal vez por
eso es que nunca podemos ganar para siempre.
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