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sábado, 25 de febrero de 2017

El viaje lento

El viaje se hace cada vez más lento. La vida se asemeja a cada momento a un viaje en tren, uno que comenzó con la luz y el ruido enceguecedores de la mañana de la partida. En medio de apuros, túneles y lluvia ocasionales, los descarrilamientos han quedado atrás, parece. De una velocidad casi descontrolada, brincos y luego de vibraciones alarmantes, la bulla de la incertidumbre va amainando y deja escuchar de pronto algunos sonidos suaves, pausados, agradablemente inteligibles. Ya después de varios años, de un viaje que se torna en retrospectiva, puedo avizorar el ocaso de esta interesante expedición. El paso sobrio y sin apuro bajo el cielo en violeta anaranjado deja ver las estrellas, las más grandes, esas de las que cuentan los libros; pero también las más pequeñas, las que parecían inventadas por mí a cada minuto de contemplación a medida que el encandilamiento del pasado iba cesando. Ahora ese tren que pretendía eterno se va deteniendo, y en medio de una noche espectacular puedo sentir los pájaros despedirse, los grillos susurrar, la brisa pasar… en fin, ahora sí que puedo saber de lo fundamental de la vida, después de derrochar, apasionada, inmadura e irrevocablemente toda la energía que alguien supuso que debería invertir, más bien, en descubrir, a paso sosegado, lo esencial de esta preciada jornada.

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