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lunes, 21 de abril de 2014
Dulce debilidad
Cuando sonreíste supe que todo era una tramoya. Con
toda esa carota después de mi pequeña travesura, pensé que debería trabajar más
para que cedieras. No fue así. Cuando menos acordé, se te escurrió por la
comisura de los labios la tibieza de tu apenada –aunque despampanante- sonrisa.
Tu altivez inicial exigía razones, porqueses inmediatos. La cara de trasero con
la que comenzaste la pataleta era tan auténtica, tan creíble, que tuve que
invocar al dios correspondiente a la ocasión. Pero fuiste vencida, derrotada
una vez más por mis encantos retorcidos, expresados en chistes, moriquetas y
brinquitos. Aunque por ahora estoy confiado en este recurso aparentemente infalible,
debo saber que has aprendido de hoy, y
que la próxima vez me será más cuesta arriba lograr tu adorable mueca.
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