Y entonces le dijiste
al niño que no entendería tu explicación, que era sólo un niño. Y entonces, con
todo el inmenso poder de tu ignorancia, de tu indiferencia, de tu distracción, abandonaste
el hilo constructor de su carácter, de su personalidad, de su futuro bienestar,
de su papel como miembro de una sociedad justa. Y ahora te encuentras en la
calle con ellos: con el injusto, con el indiferente, con el corrupto. Y en
estos tiempos otoñales te luces hablando de cómo es que esa gente es
despreciable, excecrable, mala; que son un lunar a exterminar de tus dominios,
de tu selecto grupo. Ahora estás ahí, en ese cafetín del bulevar, debatiendo
vehementemente con las madres y los padres de un grupo incalculable de quienes
una vez fueron aquellos niños descuidados, abusados, sutil o abiertamente
humillados.