Me prepararé para el
arrepentimiento final. Con algo de fortuna, tendré algunos años para sentar las
bases para la mayor prueba del fraude que fue mi vida. He ido sembrando vientos
por mucho tiempo, con cada uno que se me atraviesa, con mucho tesón, con
insomnios incluidos. Pues mis tempestades finales, como dicen las estadísticas,
serán vertidas sobre parte de quienes me soportaron una vez, mayoría de gente
que me amaba: ahí les va el cierre. Cuando obtenga el diagnóstico, en mis fases
de negación, furia y etcétera, estos ingenuos cercanos seguirán pagando muy
caro estar a mi lado. En mis caídas, mis reclusiones y mi estadía final en el
lecho, se abrirá el telón para comenzar, in crescendo, la lloradera, la
jaladera de manos y el ruego porque no me dejen solo. Luego vendrá la meseta
fastidiosa de recordarles pasajes de la vida en común que, con mucho tino, yo
les jodí. Ante la muerte anunciada, sus buenos corazones desintegrarán sus
rencores sutiles para despedirme. Pero ahí no termina el cuento; una vez
ausente en cuerpo, se me tratará de recordar con amor, mientras tras bambalinas
el odio latente entristecerá el momento para “no hablar más del tema”. Es pronto
para el final mencionado, pero en lugar de enderezar el camino ahora y
brindarle a ese manojo de amados de siempre un buen transcurso de vida juntos,
no sé… seguiré jodiendo hasta el final, total: parece que el arrepentimiento
arregla todo.
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