Necesito Ibuprofeno. Y
lo necesito urgentemente. No es cosa sencilla. Me duele la cabeza por prestar
atención a las necedades propias y ajenas. Me duele el estómago por comer
basura en la calle, por no tener tiempo para cocinarme mis alimentos. Me duele
el intestino por aguantar el estrés de lo pendiente, de las expectativas, del
futuro. Necesito Ibuprofeno, pero lo necesito ya. La cervical no juega, va en
serio mientras encoge los hombros con dolor y mala intención. Tal vez con
Tiocolchicósido sería mejor para relajar el jalón entre los dorsales, los
lumbares y sus malas costumbres. Si no consigo Ibuprofeno rápido, será tarde. Ya
me habré entumecido la existencia, y entre el tendón que jala y el nervio que
cortocircuita, me convertiré rápidamente en una masa varicosa de sudores y
temblores que no podrá nunca incorporarse sobre sus piernas. Hay otros
analgésicos en el mercado, pero me dan tanto miedo por su efectividad mágica
que prefiero usar a mi viejo amigo, con sus sabor extraño, con su dificultad
para tragar, con su efectividad después de media hora en reposo… no más que
eso.
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