Gracias, error. Gracias por presentarte y demostrarme,
hasta de manera dolorosa, que estoy en el camino equivocado. Eres una especie
de aparición inequívoca, exacta, que viene a que las cosas recobren su lugar.
Gracias, además, por tu constancia y por tu brutal coherencia. Aunque perdón,
error. Perdón por hacer de ti una aparición incomprensible, por hacerme el
sordo, por no querer escuchar el mensaje de alerta que aportas sin vacilar.
Perdón por ponerme a la defensiva, por no descifrar la misiva, por no
interpretar el dolor y accionar en consecuencia. Si hubiese un amigo del alma, uno
al que habría que agradecerle por la dureza de las verdades que trata de
transmitir, uno que nos dijera a la cara cuándo estás equivocado y en peligro,
definitivamente serías tú, mi fiel pana.
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