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viernes, 9 de febrero de 2018

No es el pan...



No es el pan, no es el azúcar, no es la harina de maíz… no lo es tanto. No es lo apretado de la situación en la calle. No es, créanme, la inseguridad que amenaza como ruleta rusa. No es, a pesar de ser el chivo expiatorio favorito con sobrado puntaje, el pillaje de los políticos. Es otra cosa; otra cosa muy diferente que se esconde y solo muestra su lado público, altisonante, mediático… no el verdadero, no el más profundo y fundamental. Es la soledad. Claro que sí. Eso no lo voy a discutir contigo, porque ya nadie me lo sacará de la cabeza. Es, como repito, la soledad. La cola se convirtió, en medio del incendio, del ruido y la diáspora, en el refugio de los solitarios en esta crisis llamada actual. Muchos portadores de dolores nuevos se juntan, a la misma hora y por el mismo canal, en el lugar designado por la necesidad que nos aqueja hoy. Y no solo ellos; también se unen los custodios de penas viejas, de siempre, esos que vienen gimiendo desde hace años, desde otras décadas, en busca de los afectos a los que haya lugar, en la nostalgia de los que se perdieron en el camino. Nunca lo tuvimos prohibido, pero es ahora cuando podemos, con una excusa inexpugnable, salir a la calle, encontrarnos y compartir un rato. Hablar con alguien, sonreír con tu próximo amigo, ¿y quién sabe?, con tu siguiente historia de amor. Un exquisito pasatiempo se abrió lugar recostados en el muro del mercado, pisando la grama de la plaza o sentados en la acera, siempre esperando, en el peor de los casos, a quien te brindará la próxima sonrisa, mientras, poniendo en riesgo su dignidad, escondiéndose detrás la falta de carbohidratos, proteínas y grasas, entrega el tesoro más valioso que guarda a quien quiera conservarlo: Su Corazón.

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