Hoy amanecí
otra vez. Vivo, amanecí, por supuesto. Mi cuerpo caliente y su bostezo me lo
volvieron a recordar. Con cobija pal frío y con agua pal calor. Con un poquito más
comida de lo necesario en la nevera y la alacena. Recién despierto de un sueño
con un amigo muy querido que no veía hace años, pero con quien conversé por un
momentico. Mirando el techo, me hago preguntas y este me las responde
contundentemente. Sigo con el corazón latiendo. Tengo gente a quien quiero y
que me quiere. En una época difícil para la palabra amor, tengo amor. En este encierro, que parece una travesura, un
examen de la vida, un test para saber
en qué andaba en definitiva, me froto los ojos y haciendo el inventario
afectivo correspondiente, resulto ganador por dos cuerpos. No digo sin duda porque la tozudez de la queja
no me abandona, lo ingrato no se me quita. Sin embargo, sin duda, el mundo afuera es un circo barato, una mala novela que
pareciéramos obligados a leer, a ser su audiencia hipnotizada; a pagar la
entrada forzosa. Como resultado de ese descrédito casi repentino de lo que
ocurre fuera de mi piel, el mundo interno se derrumba estrepitosamente y hay
que recurrir, en la emergencia, a algunos hechos objetivos para caer parados,
como el gato. Ante la ridiculez del paisaje, hay que cerrar los ojos un rato y
mirar para adentro. Necesario es recurrir al agradecimiento profundo, a quien pueda interesar, por yacer ahora
con vida, con la luz del sol invadiendo con su calorcito en medio del frío, con
cosas por hacer, con ratos por sentir, con posibilidades claras de mejoría si
atino al objetivo correcto y dejo de apuntar a la fantasía, si dejo caer la
carcasa que se resquebrajó y que amenaza hoy con dejarme desnudo y por mi
cuenta. Tomo el reto, pero callaíto. Acepto el desafío, pero sin drama, en
serio. No me quiero poner fastidioso porque sé que la paciencia ajena tiene
límite nuevo. Pero todo sea por seguir en esto que muchos llaman lucha. Todo sea por navegar sin forzar
la barra, sin pretensiones, usando esta nueva inteligencia que apareció inadvertidamente
desde la tranquilidad; porque es que la aritmética me dice que con todo lo que
está pasando ahorita afuera y adentro, queda mucho por descubrir a favor, que
estoy apenas a mitad del camino y no lo sabía. Porque, de verdad te digo, vivir
cualquier infamia en la caminata es mejor que amanecer muerto.