Si estuviésemos juntos de nuevo en ese momento tan importante para todos, te tomaría de la mano. Siempre estuvimos lejos físicamente, pero te tomaría de la mano. Haría cosas que nunca hice, como esa, porque han pasado los años y la conciencia parece haber avanzado… y conciencia es amor. El amor me permitiría alejarme de los miedos, las vergüenzas y los complejos —que son lo mismo— y podría yo desinflarme tomando mi forma verdadera, hacer lo que me dicte el corazón con ese aliento de terciopelo, de desenfado, de desinterés por las cosas. Si estuviésemos juntos de nuevo, en ese u otros momentos, te sonreiría e incluso te haría saber, muy amorosamente, el dolor que me causa tu dolor, haciéndote saber, cada vez, que nunca te abandonaría. El problema de este planteamiento es que nunca volveremos a estar juntos y no puedo convertir mi falta de madurez en un sufrimiento, en una culpa estéril que me punce por el resto de mi vida. ¿Qué hacer? Pues, se me ocurre que puedo avanzar y determinar que, para aquel momento, no tenía los recursos necesarios para serte útil, que los años ya me mostraron ese aspecto necesario de la vida y que ahora puedo practicarlo con quienes todavía están cerca. Gracias por la enseñanza.
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