Nunca moriré.
Nunca. Mi cuerpo sí, claro; así debe ser para un estuche temporal. Cuando mi
cuerpo muera saldré de él y me iré por ahí, a flotar, seguramente donde flotaba
antes de mi nacimiento. Al momento de mi escape de lo material, dejaré mi
cuerpo recostado donde me agarre el campanazo. Lo irá a encontrar quien pase
por el sitio y seguro habrá alguna conmoción —anhela mi ego—. Espero que
quienes vean mi cuerpo sin mí se den por enterados de que solo es el guante
vacío con el que claro, me identifiqué, me identificaron desde siempre. Ya no seré
eso que yacerá en el cajón. Yo seguiré siendo lo que ahora ocupa este cuerpo
vivo, pero sin incertidumbres, sin miedo, sin opinión emocionada. Al fin habré
logrado eso de no juzgar más a nadie, de no identificarme con lo físico, con la
tendencia del momento. Lo que casi podría asegurarte con alguna precisión es
que estaré muy cerca de ti en ocasiones, moviendo alguna de tus rizos, soplando
alguna de tus orejas, rozando la punta de tu nariz o induciendo algún recuerdo que
te lleve a cierta sonrisa, que te guíe hacia algún aprendizaje juntos ya olvidado.
Ya lo sabes: soy más de lo que puedes ver, de lo que puedes tocar, escuchar, y
será eso lo que quede libre de ataduras cuando alrededor, todos afirmen con
vehemencia... que ya morí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario