Verte en bata de casa.
Eso es lo que quiero. Quiero verte sin ganchos, sin pinturas, sin zarcillos. Si
fuese posible, quisiera verte sin los atavíos acostumbrados en los sitios donde
te me presentas. Necesito saber si brillas sin luces alrededor, si embriagas sin
refuerzos, si despampanas de cerquita. Quiero verte sin zapatos, comiendo
papitas o tirada en el piso, mirando mala TV. Muero por mirarte picar una
cebolla, barrer con flojera, pasarle un trapo a tus propias regueras. Ya basta
de concesiones, de créditos a plazos increíbles. Llegó el momento de ser
sincera con tu admirador número uno. Te quejarás de la cola, del calor, de
bañarte todos los días. Irás bajando lenta, temeraria y tortuosamente a mi
nivel, a este tierrero en el suelo en el que todo se ve grande, a esta
cochinada de jornada. Por último —y hasta como un favor lo aceptaría— quisiera
saber de tu sudor, de tu saliva, de tu aliento de madrugada, cuando al fin me
descubra a tu lado… al lado de alguien igual que yo, pero que ostente toda mi
atención enfermiza.
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