Soy el genio. Tú no. Yo soy el que saca conejos del sombrero. Yo
invento a partir de mis ideas originales o de ideas ajenas, quién sabe; igual,
la combinación es mía y es original. Puedo elevarme delante de quien sea y
disertar con brillantez mientras doy vida a nuevas realidades. Aunque no me
interesa el dinero como la prioridad que me gobierna, es muy sencillo saber que
llegará solito, dentro de poco, a muy placenteras cantidades. Mientras, tejeré
una organización. Ahora yo soy quien provee el ingreso a gente como tú. Ahora
soy yo quien ve con agrado cómo se expande mi pequeño terreno a la hectárea
inicial, a mi punto definitivo de partida. Aunque ahora reposo para recoger un
poco la idea de todo esto, estoy cuadrando con la gente que me acompañará para
armar el prototipo de lo mío y poner el mantel. Me encuentro haciendo malabares
con objetos, con ideas, con conceptos, con argumentos, con criterios. Formulo
hipótesis increíbles, llego a conclusiones insospechadas para la gente de la
calle. No solamente conozco la manera en que actúa mi mente, sino que puedo dar
fe de cómo trabaja la mente colectiva. Dado eso, no tengo duda de que puedo
inducir acciones en ustedes apalancándome en los estímulos que tan fácilmente
me dieron a conocer. Ya tengo logo, silla y ego bastante altos. Doy trabajo,
hago favores, genero deudas morales. Atraigo miradas, simpatías y hasta
admiración. Es estupendo todo desde un punto de vista… el mío. No faltan,
claro, los envidiosos, a esos que no me llegan a los talones, a aquellos que
solo saben recostarse de los árboles frondosos. Ya soy todo lo que podía ser.
Ya tengo todo lo que podía tener. Ya sé todo lo que me ha interesado saber.
Nada ha detenido mi surgimiento en el ámbito universal, y nada parece poder
hacerlo. Solo tengo una pequeña objeción a todo lo construido, y es que siempre
me parece que hablo solo, que mi audiencia anda en otra onda; que soy como esas
maquinitas monederas elegantes, boyantes de tecnología, a las que les sacas un
dulce pero que luego de obtenerlo te marchas y no la quieres ver hasta que te
vuelven las ganas. A veces siento ese pequeño corrientazo que ya estoy
eliminando, ese que me dice que soy solo una disfunción que floreció hasta más no
poder.
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