Ya tiene que ser verdad. Ya no me cuadra nada. Todo debe ser causado por el desbarrancamiento. Los pensamientos y criterios se basan en premisas falsas que redondean nuestra idea deseada, anhelada, ideal. La resistencia ante la realidad nos repleta el discurso de falacias. En las conversaciones, si estás medianamente de acuerdo conmigo o te caigo bien, vamos a atropellar las verdades a gusto y nos despediremos después de un rato con el abrazo de quienes están en lo cierto, ¡porque es que nuestro interlocutor lo confirmó! Por el otro lado, si soy tu crítico, me caes mal o piensas distinto, te voy a atacar a mansalva, incluso si estás en un momento de iluminación perfecta. En ambos casos, estaríamos de acuerdo en que la pasión, el gusto y el disgusto gobiernan el momento, pero si nos sentásemos a conversar de la manera más objetiva y responsable posible, encontraríamos una falacia cada dos o tres de nuestras frases. Ese discurso, que nos permite navegar en estas aguas difíciles de la historia, requiere ser flexible, acomodaticio, altamente autoembustero. Porque si nos bajásemos solo par de horas de este carrusel de metales, piedras e ilusión, nos volveríamos bastante locos y querríamos, con mucha razón, volver a nuestro garabato filosófico, ese que nos costó tanto armar a fuerza de recetas ajenas, de métodos aprendidos y de indefiniciones salvadoras, es decir, volver rapidito a ser aquellos que deban sobrevivir a esta locura de planteamiento de vida.
Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
domingo, 29 de septiembre de 2024
jueves, 5 de septiembre de 2024
Despedida casi indolora
Llegó el momento. Con algunos días de antelación, llegó el aviso por la vía correspondiente: Guillermo iba a morir. Tras un encontronazo de la conciencia colectiva con las leyes metafísicas y demás especies relacionadas, despedirse de este mundo no fue más un asunto de violencia, frustración o de dolor sorpresivos. El trámite ahora tenía parámetros bien establecidos para cada caso, como su anuncio, la antelación y la fecha en que la luz abductora se presentaría para llevarse al pasajero de turno. La cosa ya no era como antes. Esta novedosa modalidad de dejar el cuerpo no tardó en surtir sus efectos en la existencia de la gente. Una vez escuchado el pitazo de la partida, muchos organizaban los trámites legales correspondientes de la ocasión, buscaban a aquellos con quienes estuviesen peleados o enojados para conversar los asuntos pendientes en un ambiente harto solemne y amoroso y, nunca menos importante, buscaban arreglar sus asuntos internos tan postergados desde siempre. Otros, previendo cualquier despelote al final, aprovechaban los años previos para, más bien, vivir una vida ordenada, de manera que al llegar el momento de irse aprovecharían mejor el momento para pasarla con su gente, en sus lugares y en sus contemplaciones de la manera más relajada posible. Guillermo pertenecía a esta segunda categoría, por lo que, unas horas después del anuncio, ya estaba reunido con su familia y sus amigos para recordar y reflexionar, sin mayor sobresalto, sobre los asuntos de la vida entre la mirada y los apretujones cariñosos de su gente.
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